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ISSN 1989-4163

NUMERO 76 - OCTUBRE 2016

La Ladrona de Sonrisas

Javier Neila

 

     

La mujer se va para el soldado;

“Anda guapo, regálame esa boquita tan linda…y déjame que te diga el porvenir, que seguro que te voy a  dar buena estrella, mi general…”

André se ríe e intenta zafarse de ella.  No se fía de las españolas. Y menos de las gitanas. De todos es conocido que son unas embusteras de las que nunca te puedes fiar. Lían y embaucan a cualquier soldado imperial de permiso,  arruinando sus bolsillos, y a veces trastornándoles el seso. Además, las andaluzas son especialmente peligrosas… zalameras y atrayentes como sólo ellas saben ser, te dicen cosas al oído como si fueran sirenas, y cuando quieres darte cuenta, estas atrapado entre sus brazos y con la cabeza perdida para siempre.

André, huérfano de padre, tenía una vida aburrida en la ebanistería que su tío Etienne tiene en Nante. Vivía con él desde que su madre le abandonó con cinco años, para fugarse con un belga ladrón de tumbas. Pero un día cambió su vida, alistándose como voluntario en la caballería del ejército de Napoleón, en 1810, con sólo 16 años. Desde entonces todo ha cambiado….en estos dos años ha visto mundo, ha estado con muchas mujeres y ha luchado en Rusia, Polonia, Alemania y ahora en España. Recién ascendido a brigadier por méritos de guerra, piensa en su futuro en La Grande Armée con más ilusión que nunca.

La gitana lo intenta de nuevo…le agarra la mano y empieza a leerle las líneas de su palma izquierda “Anda gabacho….Aunque no quieras, te voy a decir la buenaventura…y tu mano me dice que esa sonrisa que tienes, perdurará por lo menos doscientos años.”

“¿Seguro gitana? “ André aparta la mano con un suave manotazo, riéndose de ella, mientras bebe vino en una concurrida taberna de Triana, junto a algunos de sus compañeros del 5º Regimiento de Húsares…

El francés sigue el juego a la gitana, jaleado por sus compañeros.

“¿Ah sí?...pues si es así… júramelo.”

Ella se pone seria, le mira con descaro, fijamente a los ojos, y como si le echara una maldición, se lo dice mientras le agarra firmemente por la pelliza…

-Estas cosas son muy serias “fransuá”….y no hay que tomárselas a guasa…Te lo juro por mis muertos… y si no es así… mala puñalá me den y que el mengue me agarre de los pelos y me lleve al infierno…

André se queda impresionado por la convicción de la gitana, que en segundos y contrariada, se escabulle de la venta. A poco, el militar olvida el lance y continúa bebiendo con sus camaradas.
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Margot ha esperado a que anochezca para dar otra batida. Como muchos otros, se gana la vida rebuscando entre los despojos de los muertos que reposan -ni para siempre ni en paz- en los campos de batalla. Pulula con su carromato, como una gitana, recorriendo las zonas donde, gracias al exceso de verde y de flores, se supone que hay fosas comunes, casi siempre superficiales. Europa entera es un cementerio, y los cadáveres son fuente de recursos para los carroñeros que –como ella- no tienen otra forma de subsistir. Armas y pertrechos militares se venden fácilmente…Y por supuesto objetos personales…monedas, relojes, camafeos, pulseras, monederos...si supiera leer y supiera idiomas, se enteraría de algunas de las dedicatorias más dulces que en distintas lenguas se puedan escribir. A veces encuentra fotos y cartas, mechones de pelos y demás fetiches que a los soldados les gusta llevar encima, para que les traigan buena fortuna. Ella no cree en la suerte…si funcionaran los amuletos, no encontraría tantos entre los cadáveres. También encuentra cruces y vírgenes, a veces en oro y plata.  Pero parece ser que tampoco funcionan.

Sin embargo lo que mejor se paga, indudablemente, son los dientes. Por eso ha venido hasta aquí. Ya ha pasado casi medio año desde la matanza del 18 de junio de 1815 que acabó con las ambiciones de Napoleón para siempre; por eso ahora es fácil poder recoger bastantes piezas dentales sin tener que descarnar y romper las encías. En Londres los dentistas los han puesto de moda, y todo el mundo está loco por conseguir una buena dentadura postiza con dientes jóvenes. “Dientes de Waterloo” ya es una marca registrada. Y todo un honor el poder masticar como lo haría un héroe de guerra. El intenso comercio de azúcar desde América ha disparado las caries, y ahora no es raro encontrar aristócratas y gentes de bien que -a veces con tan solo 30 años- están necesitando unos buenos molares, algún incisivo o quizás la dentadura al completo. En esos casos es mejor llevarse la cabeza entera, y así los dentistas montan íntegras las piezas en las encías artificiales, fabricadas por artesanos en marfil, hueso de morsa o madera. Hoy Margot lleva pala y un candil. Y las tenazas claro. Antes cargaba con el hacha, pero la experiencia le ha enseñado que una cabeza se separa más fácilmente con un golpe seco de pala que con cualquier otra cosa. Es normal que los dientes de Waterloo coticen al alza…aquí yacen sacrificados los mejores 50.000 jóvenes de toda Europa… franceses, holandeses, prusianos, ingleses, irlandeses, belgas…la flor y nata de cada país. Sanos y fuertes. Lo mejor de cada casa. Las esperanzas de futuro de toda una generación perdida, se pudren ahora bajo la explanada de Braine-l'Alleud y Plancenoit.  Así que son dientes con garantía de calidad; nada que ver con las piezas extraidas de prostitutas, presidiarios o mendigos; dientes irregulares, picados y que se rompen fácilmente. Los que ella consigue, sin embargo, son inmejorables.

Cuando Margot saca en su carromato  la cabeza del saco y la pone a la luz, se da cuenta de que va a poder pedir más de lo que pensaba. Los dientes de ese joven húsar son perfectos, y hasta le parece bonita la sonrisa que la cabeza descompuesta parece dedicarle desde encima de la mesa. Mira a las cuencas vacías del cadáver y piensa en las matanzas innecesarias de tanta juventud inocente y desaprovechada. Y entonces se alegra de pensar que al menos, su único hijo André, del que no sabe nada desde hace años, no es soldado sino  ebanista, y está sano y salvo en Gante, trabajando con su tío, tan lejos de estas estúpidas guerras.
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La profesora pasea tranquila por el Museo Militar de los Reales Húsares de Winchester, mientras sus alumnos de sexto curso de primaria se van desperdigando por las distintas salas. Este año se cumple el 200 aniversario de la batalla de Waterloo, y el museo ha preparado una exposición para recordar tan increíble gesta. Kate, una de sus alumnas más activas, llama a su profesora con la mano, sin mirarla, mientras permanece  con la nariz pegada al cristal de una vitrina.

-¿Qué es ésto señorita?

-La dentadura postiza de una aristócrata londinense, que vivió a principios del siglo XIX, hecha con dientes de un soldado muerto en la batalla de Waterloo, cariño. Todos los dientes pertenecieron al mismo soldado. Por eso los ves tan ordenados y perfectos.

-Pues ese soldado tenía que ser muy simpático; tenía una sonrisa muy bonita.



 

 

Javier Neila

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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